sábado, 6 de junio de 2009

Antecedentes Históricos

La memoria sensible tiene representación en casi toda mi obra, la cual recientemente ha tomado atención retrospectiva de ella. Soy hijo criado de una familia del interior del país, María Contreras, Paula Contreras y Petra Contreras, de San Felipe Estado Yaracuy. Estas mujeres se encargaron de mi formación, llena de sobreprotección y de mucho amor.
La primera de ellas era costurera del pueblo, siempre estaba rodeado de retazos de telas, que eran para mi material de juego, para la confección de correas, corbatas y camisas imaginarias; cortar para mi ha sido desde siempre algo natural. Creo que la manera de ensamblar y realizar collages, pinturas en especial, se nutren de estas primeras nociones de diseño.
Por otro lado mi padrino, quien dibujó la figura de mi padre ausente, era fabricante de calzados hechos a mano. Aquellos materiales como la suela, los hilos y la cera de abeja también han reclamado presencia en mis trabajos recientes.
Un recuerdo muy importante en mi memoria, es aquel que al despertar en mi cuarto siempre estaban colgados a la pared, vestidos basteados y a veces mortajas hechas por encargo la noche anterior, para algún vecino al borde de la muerte. Eran presencias muy fuertes por sus juegos de luces y sombras que se proyectaban en los muros de la habitación.
Otra fascinación de niño era observar por largo rato el temblor que producían los gusanos en el fondo del pozo séptico que había en mi casa maternal; y en las caminatas por las quebradas y ríos, algunas veces me detenía a ver los desechos de animales muertos en las aguas estancadas. Las imágenes de la literatura en especial la poesía de Fernando Paz Castillo, en su envolvente poema “El Muro”, escuchemos:

Beauty is truth, truth beauty, that is all
Ye know on earth, and all ye need to know
John Keats

I

Un muro en la tarde,
y en la hora
una línea blanca, indefinida
sobre el campo verde
y bajo el cielo.

II

Un pájaro -en hoja y viento-
ha puesto su canción más bella
sobre el muro.

III

Enlutado de su propia existencia
-detenida entre su breve sombra
y su destino-
un zamuro, bello por la distancia y por el vuelo,
infunde angustia en el alma profeta:
una fría angustia, cuando
certero, como vencida flecha
-oscura flecha que aún conserva su impulso inicial-
cae tras el muro.

IV

La vida es una constante
y hermosa destrucción:
vivir es hacer daño.

V

Pero el muro,
el silencioso y blanco muro
parece que nos dice:
«hasta aquí llegan tus ojos,
menos agudos que tu instinto.
Yo separo tu vida de otras vidas
pequeñas; pero grandes cuando el ocaso,
el oro insinuante del ocaso llega».

VI

Acaso tras el muro,
tan alto al deseo como pequeño a la esperanza,
no exista más que lo ya visto en el camino
junto a la vida y la muerte,
la tregua y el dolor
y la sombra de Dios indiferente.

VII

Dios -muro frente a recuerdos y visiones-
está solo, íntimamente solo
en nuestros ojos
y en el menudo nombre
que lo ata a las cosas;
a la seda del canto del canario
fraterno
y a la noche que vuela en el zamuro:
fúnebre, pulido estuche de cosas ayer bellas
o tristes
que habrán de serlo nuevamente
del lado acá del muro,
con el temor reciente de volver al origen.

VIII

¿Morir?…
Pero si nada hay más bello en su hora
-frente al muro-
que los serenos ojos de los moribundos,
anegados por su propio silencio;
perdido ya, por entre frescas espigas encontradas,
el temor de morir,
y de haber vivido, como hombre, entre hombres,
que apenas -oscurecidos en su existir-
los comprendieron.

IX

Entonces el muro
parece allanarse entre el olvidado rencor
y la esperanza:
Es súbito camino, no límite de sombra y canto,
ante un nuevo Dios que nos aguarda
-que nos aguarda siempre-
y no conoceremos
a pesar de que marcha en nuestras huellas;
que nos llega de lejos,
del lado de la luz,
y que vamos dejando en el camino,
como algo, que no es tierra,
atado, sin embargo, a nuestros pies.

X

El muro en la tarde,
entre la hierba, el canto y el fúnebre vuelo:
presencia del dolor de vivir
y no morir;
consuelo de volver, en tierra y oro,
con la inquietud de haber sido;
polvo y oro que regresa eternamente,
como la muerte cotidiana,
bajo el granado trigal de la noche insomne,
rumorosa de viento alto
y de luceros.
El sediento corazón siente leticia:
el corazón y las queridas, tímidas palabras
huelen, como el muro en la tarde,
a cielo y tierra confundidos,
cuando el morir es cosa nuestra
y, como nuestro, lo queremos.
Lo queremos pudorosos,
en silencio, sin violencias,
mientras los otros temen -aún distantes-
la sensitiva soledad naciente
para el hombre, no humano, y su destino
confuso.

XI

Porque no hay muerte sino vida
del lado allá del canto, del lado allá del vuelo,
del lado allá del tiempo.

XII

Vaga intuición de perdurar
frente a la muerte ambicionada
y oscura…
Porque la muerte, imagen de nosotros
y criatura nuestra,
es distinta a la no vida
que jamás ha existido.
Ya que el verbo de Dios, que todo lo ha dispuesto
en la conciencia del hombre, no pudo crear la muerte
sin morir El y su callada nostalgia
de pensar y sufrir humanas formas.

XIII

El muro de la tarde -atardecido en nuestra tarde-,
apenas una línea blanca junto al campo
y junto al cielo.
Misteriosa cruz que sólo muestra
su brazo horizontal.
Unida, por la oscura raíz,
a la tierra misma de su origen confuso;
y al cielo de la fuga
por el canto y el ala:
la noche impasible del zamuro
y el camino de oro del canario
hacia el ocaso.

XIV

¡EI muro!
Cuánto siento y me pesa su silencio
-en mi tarde-
en la tarde del musgo
y la oración
y el regreso.

XV

Sólo sé que hay un muro,
bello en su calada soledad de cielo y tiempo:
y todo, junto a él, es un milagro.

XVI

Sólo temo en la tarde -en mi tarde- de oro
por el sol que agoniza; y por algo, que no es sol,
que también agoniza en mi conciencia,
desamparada a veces
¡y a veces confundida de sorpresas!
Sólo temo haber visto algo:
¡lo mismo!
el campo, el césped;
la misma rosa sensual que recuerda unos labios
y el mismo lirio exangüe
que vigila la muerte.

XVII

Y sólo siento frente a Dios y su Destino,
haber pasado alguna vez el muro
y su callada espesa sombra,
del lado allá del tiempo.


Las artes graficas, el dibujo y la pintura esencialmente, se colman de esas presencias, aunque recientemente he estado siguiendo la fotografía, como exploración experimental. Recuerdo cercana relación con la obra gráfica de nuestra maestra Gladys Menéses. Esta maestra del grabado venezolano y latinoamericano, se nutre de su infancia vivida en el Delta de Venezuela. Su obra grafica posee gran fuerza poética, evoca a través de su exquisita calidad técnica, como lo es el intaglio, los blancos y las diferentes líneas sinuosas con las que bordea sus su sugerentes formas; formas que nos hablan de ese lavado constante del elemento agua y sus irregulares vetas que reflejan las atmósferas del Delta rememorado.

Las artes graficas, el dibujo y la pintura esencialmente, se colman de esas presencias, aunque recientemente he estado siguiendo la fotografía, como vía de exploración.

El impacto que significó para mí, el descubrimiento de los pintores y grabadores españoles Antoni Tápies y Manolo Millares. En especial Tápies, su obra fue fundamento para mi trabajo. Descubrí en su obra el uso de la materia y su lírica poética de textural. Mi admiración por su obra grafica y pictórica estrechó aún más mi revisión por el entorno natural y los materiales no convencionales en especial el uso de fibras naturales, en mi caso el sisal, material con el cual trabajo tanto el dibujo como la pintura. (Ver videos)

Mis dibujos auque de carácter orgánico, estaban cargado de la influencia de la obra figurativa de mi maestro Edgar Jiménez Peraza. Jiménez Peraza significó llenó mi débil formación en el dibujo hasta ese entonces, de referencias y prácticas fundamentales, las cuales hacen eco aún en la actualidad. Paralelamente estuve atento a los a dibujos de Vincent Van Gogh.

Desde 1995 año en el que inicio mis estudios en la ciudad de Nueva York, el panorama se amplía mucho más. El descubrimiento de la obra de William Kentridge, artista surafricano, me brinda a través del dibujo una vía para la múltiple creación de diversos dibujos partiendo del redibujo y el registro.




Antonio Tápies



Manolo Millares

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